Para mí, como persona, ser humano y sobretodo, docente en formación, no hay nada mas maravilloso y enriquecedor que escribir sobre experiencias vividas durante el ejercicio de la profesión que estoy construyendo. El poder hablar, escribir y compartir sobre mis vivencias, anécdotas y “cacharros” con los pequeños de todas las edades, es una retroalimentación para mi alma, mi carrera y para todos aquellos docentes constituidos como tal o aquellos que se encuentran a puertas de estarlo.
En mi trabajo, yo soy la mas nueva en este gremio, que por cierto y aquí entre nos (que sea un secreto) es bien fregado, y mi labor consiste (irónicamente) en asesorar y guiar a profesores que llevan años en el magisterio y obviamente años de experiencia en su labor docente; sin embargo, me he dado cuenta que a pesar de mis pocos y casi nada de tiempo en este mundo, mis experiencias en el trabajo de campo con los niños no se comparan con las vividas por los docentes con los que trabajo y que efectivamente a la hora de compartirlas con ellos, dejan callado a mas de uno. Podrá sonar muy sobrador, en verdad no estoy “echándome” flores, sino que simplemente veo y distingo que, el tiempo, no es un factor influyente en la educación y que mucho, menos define a un buen o mal maestro. Lo de bueno o malo, se lo coloca uno mismo.
No puedo creer que después de realizar las lecturas de los autores propuestos, uno por uno, me sienta tan identificada con sus planteamientos e ideas; pareciera como si ellos hubieran conocido un caso en particular que tuve la oportunidad de conocer y que no ha dejado de rondar mi mente mientras, durante y después de la lectura, precisamente por las coincidencias tan enormes. Es como si hubiera echo la practica y después de mucho tiempo, hubiera encontrado la teoría y la respuesta al por que.
Para hablar de Pedagogía social, la liberación del oprimido, paradigmas, etc., etc., basta tan solo con presentar una de las experiencias mas conmovedoras e impresionante que he vivido en mi labor docente, cuando aun estaba estrenándome como maestra; relatarlo es volver a vivirlo y muchas sonrisas se escapan cada vez que recuerdo aquel momento.
Hay varias cosas que uno cuando comienza a andar por el camino de la enseñanza uno supone que son; así como diría Covey, tenemos nuestros paradigmas y por lo general apuntan hacia un punto en particular que rechazo Freire la denominada por el “educación bancaria” y vertical donde solo el educador sabe y anula al aprendiz como un ser que vale y que también sabe. Solo lo que dice el libro es valido, la educación es estática o sea siempre se debe enseñar de una forma en particular, los contenidos deben ser fijos, la realidad no se reelabora y no debe existir ninguna clase de vínculo afectivo equilibrado entre el educador y el educando; son paradigmas mentirosos y caprichosos enraizados en mentes de aquellos docentes a los cuales y con todo respeto denomine “dinosaurios” y trasmiten sus “chocheras” de generación en generación de docentes que continúan perpetuando estos paradigmas seculares, acabando con las posibilidades de encontrar nuevas estrategias, métodos y elementos donde nadie, ningún niño o niña, adolescente u adulto sea catalogado como algún experimento raro, el mas lento, el mas tonto y mucho menos.
A pesar de querer luchar contra este batallón de “dinosaurios” y con las mejores “botas” e intenciones puestas, se debe reconocer que es difícil; entrar a este combate es cosa seria y más de uno queda noqueado de primerazo. Mas de uno se queda a la mitad del juego y prefiere unírsele al enemigo (por eso decía que este magisterio es fregado) y los que no se dan por vencidos, les toca lidiar con una batalla sangrienta y por lo general, solos; ¡a mi me toco así! Viví una dura batalla, pero gracias a ella, le debo mi experiencia y lo mas hermoso, mis anécdotas y recuerdos mas hermosos de mis primeros estudiantes que, mas que mis estudiantes, fueron mi escuela personal; en vez de yo enseñarle a ellos, ellos me enseñaron a mi que precisamente como dice Covey, las cosas para que funcionen como uno quiere se debe cambiar de “adentro hacia afuera”.
Yo llegue convencida a la escuela de una cantidad de paradigmas que tenia en mi mente; para mi, la escuela era un jardín de flores donde los niños eran callados, tranquilos y no me darían problemas, mucho menos los compañeros de trabajo y que mi trabajo tendría credibilidad. En ese momento, era docente de un piloto de una metodología especial para alfabetizar niños en situación de extraedad y mi misión era precisamente esa, alfabetizar esta clase de niños en tan solo 4 meses antes de que culminara el año lectivo. Era la primera vez en la cual seria responsable de un grupo de niños y además de comprobar la teoría acerca del método que íbamos a implementar. Era doble problema.
El método, completamente flexible y didáctico, en teoría era sencillamente espectacular y las cartillas, ni que decir; todo era perfecto según eso. Sin embargo los problemas comenzaron cuando comencé a buscar los niños para conformar el grupo. Tenia que dirigirme con las profesoras de primero y segundo de primaria (unos dinosaurios) las cuales en todo momento mientras me señalaban con el dedo me alegaban “ese niño no hace nada, solo darme dolores de cabeza” “ese niño tiene problemas, solo viene a pelear” “ ese niño es caso perdido, además es un grosero, no me lo aguanto, lléveselo”; cada vez que me aparecía por los salones, era un rosario de quejas y al mismo tiempo era como si se les hubiera aparecido una “santa” que acabaría con sus pecados del aula. Sin embargo por atrás decían “¿ella cree que va a a solucionar los problemas que nosotros en 20 años de experiencia en el magisterio, no hemos podido lograr?”
Finalmente, conforme mi grupo y efectivamente, muchos de esos niños y niñas señalados por las otras profesoras, terminaron trabajando conmigo; pero mis ojos estaban puestos en un niño en particular el cual seria mi “lastre” durante un tiempo en el aula; su nombre es Anderson Mosas y mas adelante se convertiría simplemente en Andy. El es un niño de 10 años en aquella época (2 años tras) y había repetido 4 veces primero. Era un niño rebelde, muy contestón, grosero y conflictivo. La profesora sintió un gran alivio cuando dejo de asistir a sus clases y para ella era “un caso perdido” “el niño que no hacia nada mas que pelear” y que la “volvía loca”. Efectivamente, los problemas fueron evidentes en tan solo la primera clase y yo no sabia que camino tomar. Era un niños con una personalidad contraria a lo que uno espera encontrar en un salón de clase; en ese sentido la ética de la personalidad en ese sentido nos grita que debe ser todo lo contrario, un niño tranquilo, pasivo, callado, respetuoso, etc. y de echo el paradigma grita que se supone que debería ser así y ante todo lo contrario, pues la situación se salió de control. El “efecto Pigmalión” empezó a cobrar vida; comencé a mirar al niño con la misma precepción que la anterior profesora y el cristal que estaba usando para observar la situación, me revelaba que ele niño efectivamente era literalmente el “diablo” y que no había nada más que hacer, que enviarlo de nuevo con su antigua docente. Por mas que trataba de lidiar con el, era imposible; era demasiado caprichoso, grosero, le gustaba hacer el desorden, sublevar a los demás y conseguía la revolución del grupo completo. Sin embargo, mis esfuerzos por cambiarlo seguían en pie y trataba por todos los medios de reconstruir en el, un niño diferente y que fuera aceptado por la comunidad educativa en general que lo rechazaba.
Yo era plenamente consiente de que el niño tenia acciones malas y que se debían corregir, mi mente y la lente con la que veía la situación me gritaban que hiciera con urgencia algo; intente de mil manera corregirlo, pero empeoraba aun más la situación; lo reprendía y varias veces opte por devolverlo definitivamente. No trabaja en clase y no sabia realmente ni siquiera lo que era una vocal y ni siquiera transcribía del tablero, en verdad era un niño analfabeta. El caos era impresionante, algo estaba mal.
Un día, opte por hacer todo lo contrario. Si no podía, me tenía que unir; sentí que tal vez la del problema era yo y que tal vez debía cambiar mi manera de percibir al niño y que tal vez las cosas así, mejorarían. Sentí que debía de dejar de prestarle atención a lo que los demás pretendía que hiciera con el, es decir, que lo convirtiera en el niño juicioso y amoroso que todos querían en la institución. De un momento a otro deje que el niño tranquilo, deje de recriminarlo y de regañarlo; lo cambie por palabras tiernas y gestos de afecto, no lo obligaba a nada y comencé a hacerlo sentir importante y capaz, aunque no mantenía muy pendiente de él. Le di un espacio y la confianza de que cuando estuviera listo para aprender me lo hiciera saber.
Deje de verlo con la percepción anterior del “niño terrible” y en cierto sentido, le comencé a infundir la seguridad de que yo creía en él y que era capaz por si solo de comportase como debía ser, aprender y muchas cosas mas. Ese “mapa” mental como lo denominaría Covey, que tenia sobre el modo correcto de cómo deberían de ser las cosas en la escuela y como debería ser el comportamiento de un estudiante cualquiera, estaba errado; había dado por sentado que las cosas que veía estaban mal y que no debería de ser así. Sin embargo, comencé a relajarme con respecto a lo que consideraba que estaba mal y empecé a ver la situación y las cosas de otra manera y de esa forma cambien mi forma de actuar, lo cual fue significativo y muy productivo. Al los pocos días, ya no me preocupaba tanto por aquel extraño y desactualizado paradigma que traía conmigo, donde yo era la que ponía las reglas, los niños tenían que estar callados y quietos tal cual como me toco a mi.
Poco a poco con el tiempo, comencé a darle mas espacio a los niños y al final eran ellos los que proponían las clases y así “todos con todos” y a partir de sus propias experiencias y como lo proponía el método que estaba ejerciendo en ese momento, aquellos niños y niñas relegados de la escuela tradicional, empezaron a creer en ellos mismos y lo que coseche, dio frutos. Mi relación con los niños era lo principal y el laso afectivo que se desarrollo con ellos fue increíble (relación fraterna) la cual en vez de excluirlos, los incluía en un proceso donde ellos ya no eran las victimas, sino que eran los creadores de sus propios aprendizajes y los principales actores en el proceso; ya no eran los niños y niñas “brutos”, “tontos” y “lentos” que la escuela había rechazado. Simplemente deje de “enajenarlos” de sus propios actos, pensamientos, juegos, risas e ingenuidades para que vivieran mi errado paradigma y el que la escuela de toda la vida pretende continuar perpetuando por medio de los “dinosaurios” de la educación.
Andy cambio de la noche a la mañana; cuando llegaba comenzaba a abrazarme y estaba mas tranquilo y calmado; constantemente me abrazaba y me decía que me quería mucho. Los besos y abrazos en la clase eran para nosotros cuestión de cotidianidad y para los niños y especialmente para Andy, fue la “aspirina” a la enfermedad que los otros profesores habían causado cuando con sus comentarios y actitudes hacia los niños, los habían relegado al fracaso, por física pereza a querer ponerle empeño y tener fe en ellos (sincera fe en los hombres).
Definitivamente, el paradigma con el cual llegue a la escuela, era el que me hacia actuar con los niños de la manera equivocada y estaba haciendo lo mismo que los otros profesores y no fue sino que lo cambiara para que mis actitudes y mi conducta cambiaran y gracias a ello, los niños estaban mejor que nunca. Andy, quien en un principio no trabajaba en clase, ya tomaba nota del tablero y me pedía que no borrara, me solicitaba ejercicios constantemente y era excelente en la matemática básica. El padre estaba aterrado del cambio de conducta de su hijo y por el me di cuenta que Andy no vivía con su madre y que casi todo el día permanecía solo en la casa con su hermano mayor mientras su padre trabajaba. De inmediato comprendo muchas de las actitudes de agresividad del niño hacia la otra profesora y a la falta de respeto hacia su autoridad y de nuevo el paradigma que tenia del niño rebelde y grosero se terminaba de disolver; al niño le hacia falta, en cierto sentido, aquella figura femenina que le hablara con cariño, lo tratara bien y en cierto sentido lo consintiera y lo dejara de recriminar. Había que “concientizarlo” como diría Freire, de quien era y de que era capaz de hacer si se lo proponía.
Después de ese día, miraba al niño con otros ojos y con aún más paciencia a pesar de que el niño ya había dado un cambio radical. Lo trataba con mucho cariño y respeto y lo incluía en todo lo que respectaba a la vigilancia y orden del salón; creía fielmente en el y que su lento paso en la clase, daría resultados cuando menos lo esperaba. Nunca lo presione para trabajar, el solito decidía si quería hacerlo o no. En este caso, Andy era el oprimido analfabeta de Freire y pedía a gritos que no fuera más excluido y quería superarse; era solo cuestión de paciencia y fraternidad con el niño. Pero eso no es todo, la “tapa” como dicen por ahí, fue aquel día en que mis ojos se encharcaron del la felicidad, fue el día en que Andy me enseño a mi.
¿Quién dice que los niños no saben? ¿Quién asegura que los niños antes de llegar a la escuela no saben nada? ¿Quién dice que sus experiencias no vales? ¿y sus contextos tampoco valen? Todo ese bagaje que traen del mundo que esta afuera de la puerta de la escuela, es que vale, el que les da esa riqueza imaginativa y el potencial para trabajar en clase y que mejor que trabajar en base a lo que ellos conocen, con un propósito y un sentido; no es el enseñar porque si, ni enseñar lo que dice el libro. De nada sirve enseñar a leer si no les enseñamos el sentido y el fin que tiene y por el contrario los aburrimos con la lectura de textos que no tienen nada que ver con su mundo; lo mismo ocurre con la escritura, de nada sirve enseñarla si no les mostramos el porque, para que y para quien escribimos. Las planas son la mejor herramienta para aburrir a los niños y para que comiencen una pésima relación con la escritura y por eso es que cuando los niños ya están grandecitos, y escriben reteñido, ensucian las hojas, las arrugan y no tienen ninguna direccionalidad, nos preguntamos ¿Por qué será? Si quieren la respuesta, vayan al jardín infantil mas cercano o al preescolar de cualquier institución y lo descubrirán.
El día más feliz de mi vida fué aquel, donde yo estaba sentada en un pupitre con Andy al lado trabajando. A el le encantaba sentarse al lado mío a trabajar y al mismo tiempo que los otros niños y niñas de la clase se arrimaban al pupitre a preguntar. Ya habíamos visto las vocales y Andy las conocía a la perfección (después de 4 primeros) y solo llevábamos trabajando un par de meses y nos encontrábamos trabajando con las consonantes. El ejercicio consistía en que cada estudiante debía elaborar su propio abecedario por medio dibujos que representaran cada letra del alfabeto. Los niños dibujan el carro en la C, un barco en B y así sucesivamente. Andy estaba feliz dibujando. Pasó por la A, por la B, la C sin ningún problema y estaba muy concentrado; cuando llego a la letra Ch, llego la pregunta más espectacular de toda mi vida… “profe ya llegue a la Ch, ¿dibujo un carro lleno de CHECHERES? No tengo palabras para describir lo que sentí en ese momento, al escuchar que un niño excluido por la maestra, completamente analfabeta y rebelde, me estuviera mencionando semejante palabra. La risa que me salió del alma, lo contagio a el y al resto del salón, los cuales también habían escuchado y era motivo de celebración, ya que para ellos mismos, era un gran avance el que cualquiera de ellos lograra la meta. Aplaudían y le daba palmaditas en la espalda. Guarde mi emoción y le dije que continuara y que el trabajo estaba perfecto. Andy continuo con sus dibujos, paso por la D y la E; cuando llego a la F, la pregunta fue mayúscula y ahí si no aguante mas… “profe, llegue a F, ¿puedo dibujar un FAROL? Los ojos se me encharcaron y lo único que hice fue mirarlo y abrazarlo muy fuerte. Después de un momento, lo felicite y le pregunte de donde había sacado esas palabras, de donde las había oído si en la clase, ese tipo de palabras no las usábamos en nuestro vocabulario cotidiano precisamente por el grado de dificultad que tiene una de ellas (CHECHERE) y la otra por su significado.
¿Será que después de esta experiencia, podre afirmar que la pedagogía social y liberadora, no existe y sobretodo, que no funciona? Anderson, como bien lo conté al principio, era uno de los niños excluidos de la escuela, el niño problema y el condenado a nunca aprender por profesores que tienen el paradigma de que solo unos pocos privilegiados alcanzan las metas y aprenden, mientras que los demás, son casos “perdidos”. ¿Por qué será que no podemos creer en algo que es intangible? ¿Por qué no creen en uno buenos resultados posibles, si nos lo proponemos? Los niños no son simples observadores en una banca en el partido de la educación, ellos son la razón de ser de esta y por ende, son los principales actores mientas que los maestros no decidimos a “pitar” las faltas y a ayudarlos a parar cada vez que se tropiezan en la cancha de juego. ¿Por qué los relegamos, los excluimos, no confiamos en ellos y por qué no les tenemos fe y paciencia?
Con mi anécdota solo pretendo mostrar una cosa, que las cosas son posibles y que todos los niños, cualquiera que sea su condición o edad, pueden aprender, si como maestros, nos proponemos a trabajar en equipo, cambiamos nuestros retrógrados paradigmas sobre la enseñanza y cambiamos la “la educación bancaria” que criticaba Freire. La educación y sus procesos no son privilegios de unos pocos ni muchos menos se encuentra en manos de los docentes, por el contrario, la educación debería ser el proceso más completo que debería ejercerse sobre el ser humano, no solo porque como tal, tenemos la posibilidad de conocer por nuestras propias experiencias y aprender, sino porque además, contamos con la posibilidad de aprender y retroalimentarnos en equipo, con paciencia, fe y fraternidad.
Al final, aprendí precisamente que la educación y los conocimientos, no están solamente en las manos del docente y que al contrario los niños tienen muchas sorpresas guardadas para compartir con nosotros si se los permitimos; ellos están a la expectativa de encontrar en todo momento esa posibilidad, ese sagrado momento de poder expresar lo que saben y demostrarnos a nosotros los “grandes” que ellos si saben muchas cosas.
En mi trabajo, yo soy la mas nueva en este gremio, que por cierto y aquí entre nos (que sea un secreto) es bien fregado, y mi labor consiste (irónicamente) en asesorar y guiar a profesores que llevan años en el magisterio y obviamente años de experiencia en su labor docente; sin embargo, me he dado cuenta que a pesar de mis pocos y casi nada de tiempo en este mundo, mis experiencias en el trabajo de campo con los niños no se comparan con las vividas por los docentes con los que trabajo y que efectivamente a la hora de compartirlas con ellos, dejan callado a mas de uno. Podrá sonar muy sobrador, en verdad no estoy “echándome” flores, sino que simplemente veo y distingo que, el tiempo, no es un factor influyente en la educación y que mucho, menos define a un buen o mal maestro. Lo de bueno o malo, se lo coloca uno mismo.
No puedo creer que después de realizar las lecturas de los autores propuestos, uno por uno, me sienta tan identificada con sus planteamientos e ideas; pareciera como si ellos hubieran conocido un caso en particular que tuve la oportunidad de conocer y que no ha dejado de rondar mi mente mientras, durante y después de la lectura, precisamente por las coincidencias tan enormes. Es como si hubiera echo la practica y después de mucho tiempo, hubiera encontrado la teoría y la respuesta al por que.
Para hablar de Pedagogía social, la liberación del oprimido, paradigmas, etc., etc., basta tan solo con presentar una de las experiencias mas conmovedoras e impresionante que he vivido en mi labor docente, cuando aun estaba estrenándome como maestra; relatarlo es volver a vivirlo y muchas sonrisas se escapan cada vez que recuerdo aquel momento.
Hay varias cosas que uno cuando comienza a andar por el camino de la enseñanza uno supone que son; así como diría Covey, tenemos nuestros paradigmas y por lo general apuntan hacia un punto en particular que rechazo Freire la denominada por el “educación bancaria” y vertical donde solo el educador sabe y anula al aprendiz como un ser que vale y que también sabe. Solo lo que dice el libro es valido, la educación es estática o sea siempre se debe enseñar de una forma en particular, los contenidos deben ser fijos, la realidad no se reelabora y no debe existir ninguna clase de vínculo afectivo equilibrado entre el educador y el educando; son paradigmas mentirosos y caprichosos enraizados en mentes de aquellos docentes a los cuales y con todo respeto denomine “dinosaurios” y trasmiten sus “chocheras” de generación en generación de docentes que continúan perpetuando estos paradigmas seculares, acabando con las posibilidades de encontrar nuevas estrategias, métodos y elementos donde nadie, ningún niño o niña, adolescente u adulto sea catalogado como algún experimento raro, el mas lento, el mas tonto y mucho menos.
A pesar de querer luchar contra este batallón de “dinosaurios” y con las mejores “botas” e intenciones puestas, se debe reconocer que es difícil; entrar a este combate es cosa seria y más de uno queda noqueado de primerazo. Mas de uno se queda a la mitad del juego y prefiere unírsele al enemigo (por eso decía que este magisterio es fregado) y los que no se dan por vencidos, les toca lidiar con una batalla sangrienta y por lo general, solos; ¡a mi me toco así! Viví una dura batalla, pero gracias a ella, le debo mi experiencia y lo mas hermoso, mis anécdotas y recuerdos mas hermosos de mis primeros estudiantes que, mas que mis estudiantes, fueron mi escuela personal; en vez de yo enseñarle a ellos, ellos me enseñaron a mi que precisamente como dice Covey, las cosas para que funcionen como uno quiere se debe cambiar de “adentro hacia afuera”.
Yo llegue convencida a la escuela de una cantidad de paradigmas que tenia en mi mente; para mi, la escuela era un jardín de flores donde los niños eran callados, tranquilos y no me darían problemas, mucho menos los compañeros de trabajo y que mi trabajo tendría credibilidad. En ese momento, era docente de un piloto de una metodología especial para alfabetizar niños en situación de extraedad y mi misión era precisamente esa, alfabetizar esta clase de niños en tan solo 4 meses antes de que culminara el año lectivo. Era la primera vez en la cual seria responsable de un grupo de niños y además de comprobar la teoría acerca del método que íbamos a implementar. Era doble problema.
El método, completamente flexible y didáctico, en teoría era sencillamente espectacular y las cartillas, ni que decir; todo era perfecto según eso. Sin embargo los problemas comenzaron cuando comencé a buscar los niños para conformar el grupo. Tenia que dirigirme con las profesoras de primero y segundo de primaria (unos dinosaurios) las cuales en todo momento mientras me señalaban con el dedo me alegaban “ese niño no hace nada, solo darme dolores de cabeza” “ese niño tiene problemas, solo viene a pelear” “ ese niño es caso perdido, además es un grosero, no me lo aguanto, lléveselo”; cada vez que me aparecía por los salones, era un rosario de quejas y al mismo tiempo era como si se les hubiera aparecido una “santa” que acabaría con sus pecados del aula. Sin embargo por atrás decían “¿ella cree que va a a solucionar los problemas que nosotros en 20 años de experiencia en el magisterio, no hemos podido lograr?”
Finalmente, conforme mi grupo y efectivamente, muchos de esos niños y niñas señalados por las otras profesoras, terminaron trabajando conmigo; pero mis ojos estaban puestos en un niño en particular el cual seria mi “lastre” durante un tiempo en el aula; su nombre es Anderson Mosas y mas adelante se convertiría simplemente en Andy. El es un niño de 10 años en aquella época (2 años tras) y había repetido 4 veces primero. Era un niño rebelde, muy contestón, grosero y conflictivo. La profesora sintió un gran alivio cuando dejo de asistir a sus clases y para ella era “un caso perdido” “el niño que no hacia nada mas que pelear” y que la “volvía loca”. Efectivamente, los problemas fueron evidentes en tan solo la primera clase y yo no sabia que camino tomar. Era un niños con una personalidad contraria a lo que uno espera encontrar en un salón de clase; en ese sentido la ética de la personalidad en ese sentido nos grita que debe ser todo lo contrario, un niño tranquilo, pasivo, callado, respetuoso, etc. y de echo el paradigma grita que se supone que debería ser así y ante todo lo contrario, pues la situación se salió de control. El “efecto Pigmalión” empezó a cobrar vida; comencé a mirar al niño con la misma precepción que la anterior profesora y el cristal que estaba usando para observar la situación, me revelaba que ele niño efectivamente era literalmente el “diablo” y que no había nada más que hacer, que enviarlo de nuevo con su antigua docente. Por mas que trataba de lidiar con el, era imposible; era demasiado caprichoso, grosero, le gustaba hacer el desorden, sublevar a los demás y conseguía la revolución del grupo completo. Sin embargo, mis esfuerzos por cambiarlo seguían en pie y trataba por todos los medios de reconstruir en el, un niño diferente y que fuera aceptado por la comunidad educativa en general que lo rechazaba.
Yo era plenamente consiente de que el niño tenia acciones malas y que se debían corregir, mi mente y la lente con la que veía la situación me gritaban que hiciera con urgencia algo; intente de mil manera corregirlo, pero empeoraba aun más la situación; lo reprendía y varias veces opte por devolverlo definitivamente. No trabaja en clase y no sabia realmente ni siquiera lo que era una vocal y ni siquiera transcribía del tablero, en verdad era un niño analfabeta. El caos era impresionante, algo estaba mal.
Un día, opte por hacer todo lo contrario. Si no podía, me tenía que unir; sentí que tal vez la del problema era yo y que tal vez debía cambiar mi manera de percibir al niño y que tal vez las cosas así, mejorarían. Sentí que debía de dejar de prestarle atención a lo que los demás pretendía que hiciera con el, es decir, que lo convirtiera en el niño juicioso y amoroso que todos querían en la institución. De un momento a otro deje que el niño tranquilo, deje de recriminarlo y de regañarlo; lo cambie por palabras tiernas y gestos de afecto, no lo obligaba a nada y comencé a hacerlo sentir importante y capaz, aunque no mantenía muy pendiente de él. Le di un espacio y la confianza de que cuando estuviera listo para aprender me lo hiciera saber.
Deje de verlo con la percepción anterior del “niño terrible” y en cierto sentido, le comencé a infundir la seguridad de que yo creía en él y que era capaz por si solo de comportase como debía ser, aprender y muchas cosas mas. Ese “mapa” mental como lo denominaría Covey, que tenia sobre el modo correcto de cómo deberían de ser las cosas en la escuela y como debería ser el comportamiento de un estudiante cualquiera, estaba errado; había dado por sentado que las cosas que veía estaban mal y que no debería de ser así. Sin embargo, comencé a relajarme con respecto a lo que consideraba que estaba mal y empecé a ver la situación y las cosas de otra manera y de esa forma cambien mi forma de actuar, lo cual fue significativo y muy productivo. Al los pocos días, ya no me preocupaba tanto por aquel extraño y desactualizado paradigma que traía conmigo, donde yo era la que ponía las reglas, los niños tenían que estar callados y quietos tal cual como me toco a mi.
Poco a poco con el tiempo, comencé a darle mas espacio a los niños y al final eran ellos los que proponían las clases y así “todos con todos” y a partir de sus propias experiencias y como lo proponía el método que estaba ejerciendo en ese momento, aquellos niños y niñas relegados de la escuela tradicional, empezaron a creer en ellos mismos y lo que coseche, dio frutos. Mi relación con los niños era lo principal y el laso afectivo que se desarrollo con ellos fue increíble (relación fraterna) la cual en vez de excluirlos, los incluía en un proceso donde ellos ya no eran las victimas, sino que eran los creadores de sus propios aprendizajes y los principales actores en el proceso; ya no eran los niños y niñas “brutos”, “tontos” y “lentos” que la escuela había rechazado. Simplemente deje de “enajenarlos” de sus propios actos, pensamientos, juegos, risas e ingenuidades para que vivieran mi errado paradigma y el que la escuela de toda la vida pretende continuar perpetuando por medio de los “dinosaurios” de la educación.
Andy cambio de la noche a la mañana; cuando llegaba comenzaba a abrazarme y estaba mas tranquilo y calmado; constantemente me abrazaba y me decía que me quería mucho. Los besos y abrazos en la clase eran para nosotros cuestión de cotidianidad y para los niños y especialmente para Andy, fue la “aspirina” a la enfermedad que los otros profesores habían causado cuando con sus comentarios y actitudes hacia los niños, los habían relegado al fracaso, por física pereza a querer ponerle empeño y tener fe en ellos (sincera fe en los hombres).
Definitivamente, el paradigma con el cual llegue a la escuela, era el que me hacia actuar con los niños de la manera equivocada y estaba haciendo lo mismo que los otros profesores y no fue sino que lo cambiara para que mis actitudes y mi conducta cambiaran y gracias a ello, los niños estaban mejor que nunca. Andy, quien en un principio no trabajaba en clase, ya tomaba nota del tablero y me pedía que no borrara, me solicitaba ejercicios constantemente y era excelente en la matemática básica. El padre estaba aterrado del cambio de conducta de su hijo y por el me di cuenta que Andy no vivía con su madre y que casi todo el día permanecía solo en la casa con su hermano mayor mientras su padre trabajaba. De inmediato comprendo muchas de las actitudes de agresividad del niño hacia la otra profesora y a la falta de respeto hacia su autoridad y de nuevo el paradigma que tenia del niño rebelde y grosero se terminaba de disolver; al niño le hacia falta, en cierto sentido, aquella figura femenina que le hablara con cariño, lo tratara bien y en cierto sentido lo consintiera y lo dejara de recriminar. Había que “concientizarlo” como diría Freire, de quien era y de que era capaz de hacer si se lo proponía.
Después de ese día, miraba al niño con otros ojos y con aún más paciencia a pesar de que el niño ya había dado un cambio radical. Lo trataba con mucho cariño y respeto y lo incluía en todo lo que respectaba a la vigilancia y orden del salón; creía fielmente en el y que su lento paso en la clase, daría resultados cuando menos lo esperaba. Nunca lo presione para trabajar, el solito decidía si quería hacerlo o no. En este caso, Andy era el oprimido analfabeta de Freire y pedía a gritos que no fuera más excluido y quería superarse; era solo cuestión de paciencia y fraternidad con el niño. Pero eso no es todo, la “tapa” como dicen por ahí, fue aquel día en que mis ojos se encharcaron del la felicidad, fue el día en que Andy me enseño a mi.
¿Quién dice que los niños no saben? ¿Quién asegura que los niños antes de llegar a la escuela no saben nada? ¿Quién dice que sus experiencias no vales? ¿y sus contextos tampoco valen? Todo ese bagaje que traen del mundo que esta afuera de la puerta de la escuela, es que vale, el que les da esa riqueza imaginativa y el potencial para trabajar en clase y que mejor que trabajar en base a lo que ellos conocen, con un propósito y un sentido; no es el enseñar porque si, ni enseñar lo que dice el libro. De nada sirve enseñar a leer si no les enseñamos el sentido y el fin que tiene y por el contrario los aburrimos con la lectura de textos que no tienen nada que ver con su mundo; lo mismo ocurre con la escritura, de nada sirve enseñarla si no les mostramos el porque, para que y para quien escribimos. Las planas son la mejor herramienta para aburrir a los niños y para que comiencen una pésima relación con la escritura y por eso es que cuando los niños ya están grandecitos, y escriben reteñido, ensucian las hojas, las arrugan y no tienen ninguna direccionalidad, nos preguntamos ¿Por qué será? Si quieren la respuesta, vayan al jardín infantil mas cercano o al preescolar de cualquier institución y lo descubrirán.
El día más feliz de mi vida fué aquel, donde yo estaba sentada en un pupitre con Andy al lado trabajando. A el le encantaba sentarse al lado mío a trabajar y al mismo tiempo que los otros niños y niñas de la clase se arrimaban al pupitre a preguntar. Ya habíamos visto las vocales y Andy las conocía a la perfección (después de 4 primeros) y solo llevábamos trabajando un par de meses y nos encontrábamos trabajando con las consonantes. El ejercicio consistía en que cada estudiante debía elaborar su propio abecedario por medio dibujos que representaran cada letra del alfabeto. Los niños dibujan el carro en la C, un barco en B y así sucesivamente. Andy estaba feliz dibujando. Pasó por la A, por la B, la C sin ningún problema y estaba muy concentrado; cuando llego a la letra Ch, llego la pregunta más espectacular de toda mi vida… “profe ya llegue a la Ch, ¿dibujo un carro lleno de CHECHERES? No tengo palabras para describir lo que sentí en ese momento, al escuchar que un niño excluido por la maestra, completamente analfabeta y rebelde, me estuviera mencionando semejante palabra. La risa que me salió del alma, lo contagio a el y al resto del salón, los cuales también habían escuchado y era motivo de celebración, ya que para ellos mismos, era un gran avance el que cualquiera de ellos lograra la meta. Aplaudían y le daba palmaditas en la espalda. Guarde mi emoción y le dije que continuara y que el trabajo estaba perfecto. Andy continuo con sus dibujos, paso por la D y la E; cuando llego a la F, la pregunta fue mayúscula y ahí si no aguante mas… “profe, llegue a F, ¿puedo dibujar un FAROL? Los ojos se me encharcaron y lo único que hice fue mirarlo y abrazarlo muy fuerte. Después de un momento, lo felicite y le pregunte de donde había sacado esas palabras, de donde las había oído si en la clase, ese tipo de palabras no las usábamos en nuestro vocabulario cotidiano precisamente por el grado de dificultad que tiene una de ellas (CHECHERE) y la otra por su significado.
¿Será que después de esta experiencia, podre afirmar que la pedagogía social y liberadora, no existe y sobretodo, que no funciona? Anderson, como bien lo conté al principio, era uno de los niños excluidos de la escuela, el niño problema y el condenado a nunca aprender por profesores que tienen el paradigma de que solo unos pocos privilegiados alcanzan las metas y aprenden, mientras que los demás, son casos “perdidos”. ¿Por qué será que no podemos creer en algo que es intangible? ¿Por qué no creen en uno buenos resultados posibles, si nos lo proponemos? Los niños no son simples observadores en una banca en el partido de la educación, ellos son la razón de ser de esta y por ende, son los principales actores mientas que los maestros no decidimos a “pitar” las faltas y a ayudarlos a parar cada vez que se tropiezan en la cancha de juego. ¿Por qué los relegamos, los excluimos, no confiamos en ellos y por qué no les tenemos fe y paciencia?
Con mi anécdota solo pretendo mostrar una cosa, que las cosas son posibles y que todos los niños, cualquiera que sea su condición o edad, pueden aprender, si como maestros, nos proponemos a trabajar en equipo, cambiamos nuestros retrógrados paradigmas sobre la enseñanza y cambiamos la “la educación bancaria” que criticaba Freire. La educación y sus procesos no son privilegios de unos pocos ni muchos menos se encuentra en manos de los docentes, por el contrario, la educación debería ser el proceso más completo que debería ejercerse sobre el ser humano, no solo porque como tal, tenemos la posibilidad de conocer por nuestras propias experiencias y aprender, sino porque además, contamos con la posibilidad de aprender y retroalimentarnos en equipo, con paciencia, fe y fraternidad.
Al final, aprendí precisamente que la educación y los conocimientos, no están solamente en las manos del docente y que al contrario los niños tienen muchas sorpresas guardadas para compartir con nosotros si se los permitimos; ellos están a la expectativa de encontrar en todo momento esa posibilidad, ese sagrado momento de poder expresar lo que saben y demostrarnos a nosotros los “grandes” que ellos si saben muchas cosas.